jueves, 5 de noviembre de 2020

LA PRIMERA PERSONA A LA QUE AMAS EN TU VIDA

 


Hay una teoría (no me pregunten dónde la he escuchado) que dice que la primera persona a la que amamos en nuestras vidas es a nuestra madre. Y yo esta semana les escribo esto desde el asombro. Todo el mundo está hablando del asunto de Kiko Rivera y su madre, Isabel Pantoja. Al parecer, la revista que ha publicado la entrevista prácticamente ha doblado su tirada. Es decir, el asunto interesa mucho. Por eso hoy me salto el habitual repaso a la otra revista para hacer una reflexión con ustedes.

 

Para empezar, la historia da pena. Por todos lados. En esta historia, si uno se fija bien, no va a haber más que víctimas. El lado oscuro del cuento es que todos cobran por contar lo que nadie sabía, pero España, ese país donde el verdadero deporte nacional es mirar detrás del visillo, asiste fascinad a la desintegración en prime time de una familia famosa.

He leído la entrevista. Y es aterradora. Es la historia de un chaval que siempre ha estado solo que no puede más y que ha caído en tres mil errores provocados por esa soledad, esa juventud y esa ira que se va almacenando con los años, que es la peor clase ira posible, porque cuando explota, ya no hay vuelta atrás.

También es la historia de una madre a la que el azar, el destino y las malísimas decisiones convierten en una leyenda que termina saliendo más en las páginas de tribunales que en las de música.

El hijo es una víctima de su madre y su madre es una víctima de sí misma.

“¿Cómo me vas a decir a mí que no venda mis penas cuando tú llevas toda la puta vida vendiendo lo de la “Viuda de España”?” es el mensaje que el hijo le manda a la madre en un momento de la entrevista. Es decir, si nos fijamos bien, el hijo está repitiendo el patrón que su madre ha marcado a fuego en el ADN de la familia: las desgracias son rentables. Muchísimo.

Mientras los medios de comunicación se empeñan en posicionarse en uno u otro lado de esta tragedia griega. Yo lo único que veo es desgracia.

Una madre es solo eso. No tiene porqué ser una buena madre. A mi entender, la folclórica, viendo el historial, se ha creído su propia leyenda y ejerce como tal hasta en la cocina de su casa, rodeada por una corte de palmeros que le dicen lo bien que lo hace todo, lo joven que está, el arte que tiene y… lo víctima que es. Una madre no tiene que ser a la fuerza una buena madre, sea folclórica o no. Hay malas madres. Igual que hay malos padres.

Y el hijo, después de muchos años en aquello de “alimentar la leyenda de la bestia”, resulta que estalla, que no puede más y que lo cuenta todo. Y nos quedamos todos petrificados descubriendo los secretos de la familia. La vida de un chaval que nunca fue ni guapo ni listo y al que siempre persiguió lo de “ser hijo de” (recuerda que eres un Pantoja). Un chaval que pasa media adolescencia en un internado, que tiene una novia choni detrás de otra, que tiene un problema de adicciones monumental y que tiene la cabeza en tal estado que termina sustituyendo el diván del psicólogo por el plató de “Sálvame Deluxe”. ¿Qué está mal? Pues miren, es horroroso. Pero si uno ve que a su madre le va bien en la vida contando en exclusivas su vida y milagros, pues sigue el sendero que le han marcado sus mayores.

El error de Kiko Rivera es perpetuar el modus operandi de su madre. Porque lo mismo se puede hacer desde un buen despacho de abogados que, como las cosas no se hayan hecho bien, se pone a la señora en su sitio. Vamos, digo yo.

Por lo que cuentan en la tele, la señora (la leyenda), informa a periodistas por detrás de la misma manera que lo hizo cuando tuvo los mismos problemas que tuvo con su hija. Ahí es donde se comprueba que la madre no existe, pero la artista dispuesta a defender su legado, aunque sea a machetazos, sigue intacta. Aunque haya que sacrificar mediáticamente a sus vástagos en la tele.

Una madre es la primera persona a la que se ama en la vida. Esta sola frase debería ser bastante para que cualquier madre se lo pensase dos veces. Pero parece que no es el caso. Por eso les digo que lo único que deja tras de sí esta exclusiva, es un rastro de víctimas, de dolor, de pena y de mucha soledad. Porque en esa familia. Lo único que sabemos es que todos ellos han estado siempre solos.

Y no hay nada más triste en la vida que estar solo, rodeado de tu familia, en el salón de tu casa.

 

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