miércoles, 27 de octubre de 2021

DOLORES: LA MUJER QUE PERDIÓ HASTA SU NOMBRE

 


Una radiografía del mal. Un señalarnos (a todos) con el dedo. Una mirada incómoda a un pasado que siempre fue peor. El retrato de una sociedad que ya venía enferma de muchas cosas. Y sobre todo, la historia que todo el mundo creímos conocer y que nunca fue así, con todo el dolor que eso implica. Eso es DOLORES, que acaba de estrenarse en HBOMAX.

 

Ustedes conocen la historia. Como empieza, lo que pasa y como acaba. ¿Un error judicial? Mis cojones (con perdón) un error judicial. La historia de Dolores es un guión macabro escrito con mano firme por la policía, la judicatura, los medios de comunicación, ustedes y yo, que yo también me lo creí.

Ni siquiera en las películas de James Bond se ha construído un villano con tanto detalle. La fabricación del mal nunca ha sido tan precisa. Y al final para nada. Porque cuando uno termina de ver el documental, lo únicas preguntas que se puede uno hacer son ¿Por qué? y ¿Para qué?

España era (y es un país) profundamente machista y homófobo. Lesbófobo, en este caso. Ahí puede estar la clave de un proceso judicial que termina con una persona inocente en la cárcel. Quinientos diecinueve días encerrada, acosada, insultada y amenazada por un delito que nunca cometió y que fue publicado y televisado hasta el éxtasis colectivo.

Lo bueno de escribir esta crítica del documental, en teoría, es que puedo hacer todos los spoilers que quiera porque ustedes conocen la historia ¿verdad?

Pues no. Ni ustedes ni yo conocemos la historia. En absoluto. Conocemos lo que nos contaron, que es muy distinto de lo que fue en realidad. Por eso hay que ver Dolores. Por eso y porque ella se lo merece. Porque demonizar a una mujer lesbiana que ni siquiera en 2021 se atreve a hablar con absoluta tranquilidad de su identidad sexual es un drama añadido a la tragedia.

El documental hace daño. A veces he bajado la mirada recordando que yo también fui parte de este circo, como espectador, en 1999.Me lo creí. Leía y veía a una lesbiana (¡una lesbiana!) llena de rencor y obsesionada con la hija de su ex pareja a la que, al parecer, dio varias puñaladas, le rompio el tabique de un golpe, aesinó cruelmente y dejó tirada en un descampado con las piernas abiertas para que aquello pareciese un crimen sexual. Y que no se me olvide que después de todo esto, la lesbiana en cuestión se fumó un cigarrito de una marca que no fumaba. Y me lo creí. Y asistí atónito a ruedas de prensa,  golpes de pecho de la familia, de los amigos, de abogados, de ex novios, de compañeras de clase... todo en riguroso directo.

Hay que ver Dolores porque es, como les decía al principio, una radiografía del mal, del país que fuimos y en gran parte seguimos siendo. Hay que ver Dolores para escuchar a su protagonista y zambullirse en el desamparo de unos ojos que lo han perdido todo. Hasta el nombre.

Hay que ver Dolores, porque, desgraciadamente, como espectadores, es la única manera que tenemos de hacer justicia cuando la justicia no hace justicia. Porque después de todo el dolor, se merece que se le escuche, que se le vea, que se le cuide y que se le repare el daño social y moral que se le hizo.

Dolores Vázquez es la desolación, el desamparo, lo kafkiano, la locura, la historia de la histeria. El horror y nada más. Cada persona que vea este documental, estará contribuyendo a que la verdad fluya, a que se conozca la verdad. Y en estos tiempos, difundir la verdad es un acto revolucionario.

Dolores,  yo sí te creo. 

Y perdón.

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