Estamos de cumpleaños. El HOLA cumple 75 años. Y yo es que
al HOLA siempre me lo he imaginado encarnado en una señora estupenda, bien
enjoyada, con el pelo a tope de laca y cardado y viendo fotos de famosas
mientras toma un té con pastas, levantando la ceja lo justo y llamando por teléfono
(fijo) a sus ciento sesenta mil mejor amigas íntimas para comentar lo que de
verdad importa en su vida.
El HOLA es historia gráfica de España. Y yo no le puedo
estar más agradecido. Es una revista que ha marcado las vidas de todos las que
la hemos leído desde bien pequeños. Porque el HOLA es una fantasía social y la
radiografía más libre que siempre se ha hecho de una España que solo existía de
verdad en sus páginas. Porque la revista ha sido encargada de ficcionar,
decorar y elevar todo lo que ocurría en la sociedad española, siempre desde la
suspensión de la realidad y con la elegancia por bandera.
Claro que esto último tiene sus riesgos. Y ahí es donde
reside la fuerza de la revista que jamás ha abandonado su código ético. HOLA
vende amor y lujo. O lujo y amor. Pero las dos cosas son inseparables de su
relato. Mansiones imposibles a juego con sus protagonistas que vivían amores
aún más imposibles. Divorcios amistosos que nunca lo fueron. Familias reales
que eran un desastre a los ojos de todo el mundo excepto del HOLA. Vedettes en La
Moraleja, folcóricas bien vestidas por una vez en su vida, nobles sin un duro
pero con patrimonios fotografiables, toreros como Dios manda, esposas “jarrón”
que llevan décadas apareciendo para decorar lo foto, socialités que nunca han
trabajado pero que tienen la agenda repleta, modelos que beben mucha agua y
comen sano, futbolistas que (en la revista) saben hilar dos frases seguidas…
ellos son los protagonistas de una crónica social hecha (casi) siempre desde el
respeto, el tacto, las buenas maneras y, posiblemente, la mejor de las
intenciones.
HOLA sigue, más que nunca, siendo necesario. En una época
donde las celebrities van en chándal y las nuevas generaciones de famosos no han
heredado la clase de sus padres, la revista sigue empeñada en mantener vivas
tradiciones como bodas increíbles, puestas de largo, bautizos monumentales, pedidas
de matrimonio de leyenda, comunicados al borde del drama, pero sin derramar una
lágrima y flú, mucho flú. Que el flú es el antepasado del Photoshop y esto
también lo inventaron las del HOLA, que sus protagonistas no tienen una mala
foto, una arruga de más o una pierna mal cruzada.
Por eso hoy he querido abandonar el macarrismo habitual de
esta columna para dar las gracias. Por tantos momentos inenarrables, por tantas
portadas de alto impacto y básicamente, por ser parte de mi vida. Porque no se
puede ser más aspiracional que el HOLA. Fíjanse que les voy a contar una cosa
que nunca he contado y van ustedes a pensar que estoy peor de lo mío: cuando yo
era pequeño, tenía una fascinación y un enamoramiento platónico por Estefanía
de Mónaco que no era normal. Hasta obligué a mis padres a comprarme aquel disco
donde ella cantaba como un gato atropellado. Estefanía era rebelde, cantaba,
diseñaba bañadores y tenía novios a tutiplén. Y cada vez que se echaba un novio
nuevo, ella se escapaba a Isla Mauricio a extender la pasión entre cocoteros.
Años después, por casualidades de la vida, yo terminé pasando unas vacaciones
en Isla Mauricio y reconocí, gracias a aquellos reportajes fabulosos del HOLA,
muchas partes de la isla. Eso, y pensar que, en algo en la vida, había estado a
la altura de Estefanía, aunque solo fuese una vez.
Así que, larga vida al HOLA y por muchos años más.
Para que podamos seguir soñando con ese mundo perfecto.
Felices 75
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