Les juro que esto que les cuento es rigurosamente cierto. Me
encuentro en Valencia donde he venido a rodar y presentar uno de mis vídeos
para Masterchef Junior que verán ustedes el próximo otoño antes de que comience
el programa. Estoy sentado en la mesa de una cafetería y justo en la de al lado
hay una madre de unos treinta y tantos años con su hija que no tendrá más de
nueve años. Y de repente oigo la palabra “Masterchef” y claro, no puedo evitar
que me pique la curiosidad y me pongo en modo cotilla. A continuación les
reproduzco lo esencial de la conversación y les prometo que soy literal:
-Hija: ¡Yo quiero ir a Masterchef Junior a hacer mis
madalenas!
-Madre: Ni hablar, tú vas a ir a “La Voz”
-Hija: Pero es que yo quiero hacer mis madalenas y conocer a
Jordi…
-Madre: Que ya te he dicho que no vas a Masterchef…
-Hija (haciendo pucheros): Jo… es que yo quiero ir…
-Madre: Tú vas a “La Voz” que en Telecinco te vas a hacer
famosa mucho más rápido, qué Masterchef ni qué bobadas.
Y la niña se calla. Yo le miro de reojo y no sé si se calla
por el efecto mágico de la palabra “famosa” o porque incluso a su tierna edad,
la niña se ha dado cuenta de que su madre está mal de la cabeza. Ya saben que
los niños son un misterio. Una vez que
se van mientras la niña insiste un poco más tarde en lo bonitas que son sus
madalenas y la madre pone cara de “espero que se le pase este momento creativo
y se haga una petarda hecha y derecha lo antes posible” yo sigo con la boca
abierta.
Cinco minutos después mientras mastico el tercer donut de
chocolate (la estupidez ajena, por lo visto, me da ansiedad) pienso que menuda
desgracia tiene la niña con una madre así. Me sorprendo a mí mismo pensando que
“Menuda madre imbécil”. Y me da pudor llamar imbécil a una madre. Pero es que
esa madre ha demostrado en menos de cinco minutos que el daño que va a causar
al desarrollo intelectual de la niña es tan grande que da miedo pensarlo. ¿Qué
hace uno con una madre que aspira a que su hija sea “famosa”? ¿Cómo se la
define? ¿Por qué me cuesta tanto llamarle (mentalmente) de todo a la señora?
Me impacta haber tenido delante a una mala madre de manual.
Debo ser aún sensible a la mala educación. Observando a la madre (un entresijo
de extensiones, labio sospechosamente hinchado y un lenguaje corporal que
convierten a Belén Esteban en la Condesa de Romanones) pienso que hemos pasado
de aquellas madres que querían sí o sí un hijo con carrera a una nueva
generación de madres que quieren una “hija famosa”. Las madres de antes querían
la carrera para que el hijo fuese más de lo que ellas, probablemente, habían
sido. La madre que he tenido yo delante, probablemente asesinaría a seis
vecinas, dos consuegras y una prima de Burgos con tal de entrar en Gran Hermano
con el sano propósito de que “España entera vea cómo soy yo de verdad” mientras
se frota contra la cebolleta de seis compañeros y habla de cómo huelen los
pedos de una compañera de vivienda. Por dios, que nadie piense que tengo nada
en contra de Gran Hermano o La Voz, ambos grandísimos formatos que cambiaron la
historia de la televisión. De lo que estoy absolutamente en contra es de
utilizar la exposición televisiva para cubrir una falta de talento y/o
ambición. Si echamos cuentas, estudiar una carrera (o una profesión) no sólo es un gran esfuerzo intelectual si no
que además es caro. Y si uno se pone a echar cuentas, pues lo mismo te sale
mejor y más rápido hacerte tronista, fingir seis romances y varios ataques de
ansiedad perfectamente maquillada en plató, hincharte a bolos un par de años y
luego cuando la cosa esté un poco más floja vendemos las tetas en portada de
Interviú (tronistas clase A) o Primera Línea (tronistas clase B). La versión
masculina puede padecer lo que yo llamo “El sindroma Rafa Mora”. ¿Qué quién es
Rafa Mora? No importa, lo mismo ustedes no le conocen, y es que de eso se
trata. Cero esfuerzo, máxima ganancia, hiperbólica garrulez. Y luego criticamos
a los políticos. Por lo menos ellos roban habiendo estudiado, oigan. (Esto,
claro, es una ironía).
Salgo de la cafetería y me pongo a buscar en la tableta como
un poseso la programación de IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) y me
entero de que están mostrando la colección del 25 aniversario del museo. Me entran muchas ganas de verla y me pillo un
taxi como si quisiera deshacerme del recuerdo de esa madre catastrófica. Y
dentro del taxi, una pregunta no se va de mi cabeza:
¿Y si las madalenas de la niña eran una verdadera maravilla?
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