Hoy les vengo a contar una cosa difícil. Este pasado sábado
estaba tan ricamente en casa cuando recibí una llamada de esas que te cambian
la vida. Mi mejor amigo me llamaba desde Sevilla y me decía que su padre había
fallecido. A los 59 años y de un infarto. De repente. Inesperadamente.
Me quedé mudo. Se me encogió el corazón y no supe que hacer.
Mi amigo mantenía esa capacidad de estar sereno que le caracteriza a pesar de
que tenía que atravesar España para llegar a la casa de sus padres. Lo primero
que me vino a la cabeza es que quería abrazarle y no soltarle para que se
sintiera un poco menos solo, o menos vacío o menos triste. Pero no había
posibilidad. “Es que si te veo, entonces me derrumbo, Abel” me dijo por
teléfono.
Y me he pasado todo el fin de semana al teléfono con él,
mandándole whatsapps, poniéndole mensajes. Y estoy convencido de que no ha
servido de nada. Me he pasado el fin de semana pensando en las pérdidas. En
cómo se encajan cuando son así de inesperadas y si alguna vez nos llegamos a
recuperar del shock de una situación así. Sigo dándole vueltas a la cabeza
sobre si podemos superar lo inesperado. Sobre todo he pensado en lo solos que
estamos ante lo inesperado.
Nunca pienso en lo inesperado, supongo que es muy difícil
por esa condición de sorpresa. Pero desde el sábado no dejo de pensar en ello. No sé si he hecho bien o mal, pero le he
pedido a mi amigo que llore, que se enfade, que chille o que se caiga redondo
si es lo que necesita. Me acuerdo de que Shakespeare dijo algo así como que las
penas había que liberarlas porque si no, se convertían en un horno que te
quemaba el corazón y lo dejaba hecho cenizas. Algo así. Y le aconsejé a mi
amigo que ante lo inesperado, fuese espontáneo. Que reivindicara su derecho al
llanto o a cualquier cosa que le hiciera falta.
Hay momentos en que me he preocupado al ver lo sereno y
organizado que estaba mi amigo. Me he preocupado porque le quiero mucho y
quiero que esté bien. Pero a alguien a quien se quiere tanto no se le puede
mentir. Si yo le mintiera, él se daría cuenta a la segunda palabra. Y el sábado
mientras él iba en el coche hablamos de lo que se le venía encima. Yo pasé hace
diecisiete años por lo que él estaba a punto de pasar. Le dije que le esperaba
la peor noche de su vida. Le dije que tenía por delante una situación espantosa
y absurda y le dije que, desgraciadamente, ni hay salida, ni consuelo, ni
abrazos que valgan. Pero le pedí que fuera fuerte (él es muy fuerte) porque es
pasajero y sorprendentemente aprendemos a vivir con un cachito de corazón
menos. Lo inesperado, gracias a Dios, es pasajero.
He querido compartir esto con ustedes porque mi amigo me
importa lo suficiente como para escribirlo, para dedicarlo a la memoria de su
padre y para recordarme a mí mismo que lo inesperado existe y que todos estamos
expuestos a ello. Gracias al padre de mi amigo he vuelto a acordarme de que la
vida es un ratito, de que tengo mucho más de lo que veo a primera vista y de
que tengo que aprovechar cada minuto, cada oportunidad porque lo inesperado
puede estar a la vuelta de la esquina.
En memoria de J.A.C.
Muchas gracias por
recordarme algo tan valioso.
Lo inesperado siempre está ahí, pero tras su paso, he descubierto
que no todo es en vano.
A pesar de lo inesperado, la vida sigue y gracias a lo
inesperado, quizá, sólo quizá, hoy somos un poco mejor que ayer.
5 comentarios:
Gracias Abel por tu reflexión, que sin duda es válida para todos. Esto sabes que un día va a pasar, pero nunca deja de ser inespetado. Aunque tu amigo no tenga tu abrazo y sientas que no hagas demadiado has de saber que siente cada gesto y te lo agradecerá. Un abrazo virtual.
Yo soy de los que piensan que los traumas no se superan, simplemente aprendemos a vivir con ellos. Son como las cicatrices físicas, que dejan de sangrar, pero que dejan marca.
Estoy de acuerdo con lo de soltar la pena de la mejor forma que se le ocurra a quien la sufra: llorar, gritar, saltar, bailar, reír... ¡Hay mil formas de hacerlo! Dejarla dentro la convierte en una bomba de relojería que estalla cuando menos te lo esperas, así de joputa es nuestro cerebro. Al dejarla salir te familiarizas y aprendes a vivir mejor con ella, al menos esa es mi experiencia.
Y lo que sí va a necesitar tu amigo en este momento es compañía y confío en que le darás de alguna u otra manera, mucha.
Mucho ánimo.
Me imagino que te lo habrán repetido y no estarás seguro del todo, pero esos mensajes y whatsapps contínuos, le han dado toda la fuerza del mundo a tu amigo. Yo pasé hace 2 años por algo así y esa mano de una amiga agarrada a mi a 200 km. me hizo poder con ello.
Besos
Abel, sentir algo así demuestra que quieres mucho a tu amigo y que eres una gran persona, capaz de empatizar con el dolor de los demás y sacar algo positivo de momentos tan duros. Tu amigo tiene mucha suerte de tenerte a su lado, sólo algo así es capaz de ayudarte a recordar que, aunque en este momento no lo vea claro, todos aprendemos a vivir con el dolor. Ánimo y todo el calor de una lectora habitual de tu blog para los dos
Tengo que decirte que tengo la piel de gallina tras leer esto. Hace poco más de un año y medio perdí a mi padre. De forma inesperada también. Son momentos indescriptibles por lo terriblemente dolorosos que son. Y tengo que decir que entiendo la serenidad de tu amigo. Me atrevería a decir que es algo innato. Una forma de sobrevivir a algo, la muerte, para la que nunca estamos preparados. Abrazo!
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