viernes, 1 de agosto de 2014

LA MALA EDUCACIÓN





Les juro que esto que les cuento es rigurosamente cierto. Me encuentro en Valencia donde he venido a rodar y presentar uno de mis vídeos para Masterchef Junior que verán ustedes el próximo otoño antes de que comience el programa. Estoy sentado en la mesa de una cafetería y justo en la de al lado hay una madre de unos treinta y tantos años con su hija que no tendrá más de nueve años. Y de repente oigo la palabra “Masterchef” y claro, no puedo evitar que me pique la curiosidad y me pongo en modo cotilla. A continuación les reproduzco lo esencial de la conversación y les prometo que soy literal:

-Hija: ¡Yo quiero ir a Masterchef Junior a hacer mis madalenas!
-Madre: Ni hablar, tú vas a ir a “La Voz”
-Hija: Pero es que yo quiero hacer mis madalenas y conocer a Jordi…
-Madre: Que ya te he dicho que no vas a Masterchef…
-Hija (haciendo pucheros): Jo… es que yo quiero ir…
-Madre: Tú vas a “La Voz” que en Telecinco te vas a hacer famosa mucho más rápido, qué Masterchef ni qué bobadas.

Y la niña se calla. Yo le miro de reojo y no sé si se calla por el efecto mágico de la palabra “famosa” o porque incluso a su tierna edad, la niña se ha dado cuenta de que su madre está mal de la cabeza. Ya saben que los niños son un misterio.  Una vez que se van mientras la niña insiste un poco más tarde en lo bonitas que son sus madalenas y la madre pone cara de “espero que se le pase este momento creativo y se haga una petarda hecha y derecha lo antes posible” yo sigo con la boca abierta.

Cinco minutos después mientras mastico el tercer donut de chocolate (la estupidez ajena, por lo visto, me da ansiedad) pienso que menuda desgracia tiene la niña con una madre así. Me sorprendo a mí mismo pensando que “Menuda madre imbécil”. Y me da pudor llamar imbécil a una madre. Pero es que esa madre ha demostrado en menos de cinco minutos que el daño que va a causar al desarrollo intelectual de la niña es tan grande que da miedo pensarlo. ¿Qué hace uno con una madre que aspira a que su hija sea “famosa”? ¿Cómo se la define? ¿Por qué me cuesta tanto llamarle (mentalmente) de todo a la señora?

Me impacta haber tenido delante a una mala madre de manual. Debo ser aún sensible a la mala educación. Observando a la madre (un entresijo de extensiones, labio sospechosamente hinchado y un lenguaje corporal que convierten a Belén Esteban en la Condesa de Romanones) pienso que hemos pasado de aquellas madres que querían sí o sí un hijo con carrera a una nueva generación de madres que quieren una “hija famosa”. Las madres de antes querían la carrera para que el hijo fuese más de lo que ellas, probablemente, habían sido. La madre que he tenido yo delante, probablemente asesinaría a seis vecinas, dos consuegras y una prima de Burgos con tal de entrar en Gran Hermano con el sano propósito de que “España entera vea cómo soy yo de verdad” mientras se frota contra la cebolleta de seis compañeros y habla de cómo huelen los pedos de una compañera de vivienda. Por dios, que nadie piense que tengo nada en contra de Gran Hermano o La Voz, ambos grandísimos formatos que cambiaron la historia de la televisión. De lo que estoy absolutamente en contra es de utilizar la exposición televisiva para cubrir una falta de talento y/o ambición. Si echamos cuentas, estudiar una carrera (o una profesión)  no sólo es un gran esfuerzo intelectual si no que además es caro. Y si uno se pone a echar cuentas, pues lo mismo te sale mejor y más rápido hacerte tronista, fingir seis romances y varios ataques de ansiedad perfectamente maquillada en plató, hincharte a bolos un par de años y luego cuando la cosa esté un poco más floja vendemos las tetas en portada de Interviú (tronistas clase A) o Primera Línea (tronistas clase B). La versión masculina puede padecer lo que yo llamo “El sindroma Rafa Mora”. ¿Qué quién es Rafa Mora? No importa, lo mismo ustedes no le conocen, y es que de eso se trata. Cero esfuerzo, máxima ganancia, hiperbólica garrulez. Y luego criticamos a los políticos. Por lo menos ellos roban habiendo estudiado, oigan. (Esto, claro, es una ironía).

Salgo de la cafetería y me pongo a buscar en la tableta como un poseso la programación de IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno) y me entero de que están mostrando la colección del 25 aniversario del museo.  Me entran muchas ganas de verla y me pillo un taxi como si quisiera deshacerme del recuerdo de esa madre catastrófica. Y dentro del taxi, una pregunta no se va de mi cabeza:

¿Y si las madalenas de la niña eran una verdadera maravilla?

No hay comentarios: